En la década de 1980, el VIH era sinónimo de muerte. Con los años, la
medicación logró sobrellevar la enfermedad. Y ahora, el cannabis es la opción
que mejora el día a día.
Lucas Fauno tiene 41 años y recibió el diagnóstico de VIH positivo cuando
era un joven de 27; Alex Freyre, de 52 años, cuando tenía 20; y Camila Arce,
hace 27 primaveras, cuando nació con el virus.
A través de diferentes caminos y una búsqueda individual para conseguir una
mejor calidad de vida, los tres llegaron a la misma conclusión: el cannabis les
sirve como un complemento a sus tratamientos con medicamentos antirretrovirales
y los ayuda a reducir los efectos negativos que provocan estas mismas pastillas.
Alex, quien comenzó a fumar cuando era adolescente, comprendió desde el
primer día que le hacía bien. Aunque él cuenta que tuvieron que pasar muchos
años hasta que supìera sobre las investigaciones que demuestran sus beneficios
medicinales, él ya lo experimentaba en su propia vivencia y mejora. Lucas, por
el contrario, se acercó a la marihuana de joven como una forma de transgredir:
cuenta que le costó mucho tiempo comprender que podía tener algún impacto
positivo debido al peso de los discursos punitivistas. Por su parte, Camila
incursionó en el aceite hace poco más de un año, luego de ver que la
utilización de la planta había mejorado notablemente la calidad de vida de un
amigo, quien también había contraído el virus que se considera una Enfermedad
de Transmisión Sexual (ETS), pero que también se puede contagiar al compartir
un elemento que entre en contacto con el sistema circulatorio, como una
jeringa. Sin un tratamiento, el virus del VIH produce el SIDA e implica una
caída absoluta de las defensas del sistema inmunológico.
Tres historias, la misma búsqueda
«Cuando recibí el diagnóstico, en los ’90, nos decían que íbamos a
morir en el corto plazo. Entonces, lo único que podíamos hacer era aferrarnos a
lo que sabíamos que nos podía hacer bien: comer mejor, revisar nuestros
sistemas de creencias, andar más livianos emocionalmente. El cannabis fue un
gran refuerzo para sobrellevar la crisis de angustia», cuenta Alex.
Con el tiempo, al sistema de salud llegaron los cocktails de medicamentos
antirretrovirales. Alex recuerda que «en esa etapa el cannabis fue un gran
aliado para paliar las náuseas, los malestares, el insomnio y todos los efectos
adversos que causaban la medicación». En los primeros años de tratamiento,
llegó a tomar 25 pastillas por día.
En la actualidad, Alex prefiere vapear antes que fumar. En su búsqueda por
encontrar alternativas que sean amigables con su cuerpo, subraya que el acceso
a vapeadores es fundamental para evitar la combustión y todos los efectos
negativos que genera la combustión.
Lucas utiliza el cannabis en aceite. él toma tres veces por día. Lo ayuda a
mejorar situaciones de ansiedad y estrés. «Fumo poco realmente. A lo sumo
a la noche, para bajar. Lo primero que se piensa sobre las personas con VIH es
que no tenemos autonomía sobre nuestros cuerpos. Yo tomo medicación todos los
días y a veces trae efectos secundarios. Pero, sobre todo, produce en efecto
emocional que a veces afecta», cuenta él, que no solo organizó el el Ciclo
Positivo, un evento cultural periódico que funcionaba como lugar de discusión
social entorno a la enfermedad, sino que, además, fue co-creador de Bicho y
Yo, un cómic sobre un portador de VIH.
«Los retrovirales que tomo en la actualidad me mantienen con una salud
estable y los tomo para llegar con vida al día de la cura. El cannabis es un
complemento para llegar con calidad de vida a ese día», sostiene Lucas.
A diferencia de Alex y Lucas, Camila nació con el virus y se acercó al
cannabis por sus efectos medicinales. «En 2019 me empecé a sentir bastante
mal, tenía náuseas y nada me caía bien: tenía una piedra en la vesícula. Llevo
una vida sana y una dieta equilibrada. Los médicos concluyeron que podía ser
por tantos años de medicación», cuenta.
Desde ese momento, Camila comenzó a buscar información y, en los grupos de
personas que viven con VIH, se encontró con una gran cantidad de testimonios de
gente que hablaba de los beneficios del cannabis. Gracias a ver la experiencia
de un amigo suyo que, además de tener el virus, había sido diagnosticado con
cáncer, se decidió a usar las gotas, que mejoraron notablemente sus malestares.
Los tres coinciden en haber encontrado resistencia o falta de información
por parte de sus médicos de cabecera. «Nuestra relación con los médicos
infectólogos es permanente. No es que vamos una vez y nunca más. Por eso
necesitamos que se informen y puedan estar a la altura de nuestras
experiencias», agrega Camila.
Esperanza de vida
Con el avance científico y el amplio acceso a tratamientos
antirretrovirales, en las últimas décadas, el VIH pasó de ser un virus mortal a
ser una enfermedad crónica.
Paola Pineda es una médica colombiana especializada en Derecho Médico,
máster en VIH por la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, y forma parte del
grupo de investigación llamado «Curativa». Según asegura la
especialista en diálogo con THC, el aumento en la expectativa de vida de los
pacientes con un diagnóstico positivo que «generó que, a medida que
envejecen, aparezcan otras condiciones que antes no aparecían porque fallecían
muy rápido». Pineda dice que el cannabis puede ser una buena alternativa
para acompañar a estos pacientes. Ella explica que «El dolor crónico o el
dolor neuropático es muy común en estas personas. También se sabe que la
población VIH positivo tiene un 10% más de probabilidad de tener insomnio o
mayor prevalencia de trastornos de ansiedad. La medicación puede generar
efectos secundarios como náuseas o vómitos. además hay más posibilidades de que
se desarrolle un deterioro cognitivo», cierra Pineda.
Fuente: Revista THC
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